Planetario “Luis Enrique Erro” del Instituto Politécnico Nacional
El científico Mamoru Mohri ofreció la conferencia Reduciendo el Estrés sobre la Vida de la Tierra: Cómo la Tecnología y Ciencia Japonesa Contribuyen con el Futuro
Ante estudiantes y académicos del Instituto Politécnico Nacional (IPN), el científico y primer astronauta japonés, Mamoru Mohri, aseguró que la ciencia y la tecnología no tendrán éxito si no están dirigidas al beneficio de la humanidad, particularmente a los más necesitados.
En el Planetario “Luis Enrique Erro” de esta casa de estudios, el visitante extranjero dictó la conferencia magistral Reduciendo el Estrés sobre la Vida de la Tierra: Cómo la Tecnología y Ciencia Japonesa Contribuyen con el Futuro.
Mamoru Mohri, quien se desempeña actualmente como Director Ejecutivo del Museo Nacional de Ciencias Emergentes e Innovación (Miraikan), recordó que cuando era niño vio una entrevista televisiva con el cosmonauta Yuri Gagarí, evento que lo motivó a ser astronauta.
“Casi treinta años después de esa entrevista el gobierno japonés reclutó científicos para participar en una misión espacial y, de esa forma, pude alcanzar las estrellas y ver mi sueño hecho realidad”, expresó.
Luego de mostrar videos sobre las actividades que realizó mientras se encontraba en el espacio, como dormir, comer, beber y asearse, así como de diversos experimentos relacionados a la antigravedad, el científico japonés dijo que lo más impresionante en el espacio fue ver la Tierra “tan hermosa, tan llena de vida y sin fronteras; fue una gran experiencia”.
Mohri destacó que ver la Tierra desde el espacio permite, entre otras cosas, la observación de distintos fenómenos naturales como tormentas tropicales, huracanes y tsunamis, “muy en especial en mi país se utilizaban imágenes satelitales para evaluar la manera tan indiscriminada en la que avanzaba la deforestación”.
Señaló que a partir de esas imágenes se tomaron acciones que permitieron mitigar el daño, aunque lamentablemente en 2010 se detuvo la observación y nuevamente aumentó la deforestación.
En representación de la Directora General del IPN, Yoloxóchitl Bustamante Díez, la Secretaria de Investigación y Posgrado de esta casa de estudios, Norma Patricia Muñoz Sevilla, dijo a Mamoru Mohri que ser el primer astronauta japonés en viajar en un trasbordador estadounidense y estar en el IPN constituye un acontecimiento que permite ver a los estudiantes politécnicos que, si realmente desean alcanzar una meta, pueden lograrlo con dedicación y esfuerzo.
La multidisciplinariedad de sus investigaciones para obtener los primeros datos cartográficos tridimensionales de la Tierra y sus experimentos bajo el agua, así como su participación en la observación del primer eclipse total visto desde la Antártida, son razones que evidencian su profundo compromiso con la ciencia”, refirió sobre el ponente.
A la conferencia también asistió el Embajador de Japón en México, Shuichiro Megata, quien destacó que este evento se lleva a cabo en el marco de la celebración del Año del Intercambio México-Japón. 3
Recordó que hace 400 años, en octubre de 1613, salió de Japón a México la primera misión japonesa que arribó al Puerto de Acapulco en enero de 1614; desde entonces ambas naciones mantienen relaciones diplomáticas y comerciales.
A partir de estudios realizados, se ha desarrollado un mapa de las zonas seguras en Barra de Potosí, Guerrero, en caso de grandes olas, y queremos hacer lo mismo a lo largo de la costa del Pacífico, refirió Priyadarsi Debajyoti Roy, del IGl de la UNAM.
14 de marzo de 2011
• Priyadarsi Roy, del Instituto de Geología de la UNAM, realiza excavaciones en Barra de Potosí, Guerrero, para entender cómo se registró este fenómeno en el pasado, en un proyecto conjunto entre la Universidad Nacional y la Universidad Anna de la India
• Pese a que las costas del país reciben estos eventos cada lustro, nuestros reportes abarcan apenas un siglo, mientras que en naciones como Japón, datan de hace mil 500 años, añadió
“México recibe el impacto de un tsunami con olas de un metro cada cinco años, pero aquellos capaces de provocar un verdadero daño, tanto en comunidades, como en el ecosistema, con oleajes de tres a cinco metros de altura, golpean nuestras costas con una recurrencia que va de los 25 a los 50 años”, explicó Priyadarsi Debajyoti Roy, del Instituto de Geología (IGl) de la Universidad Nacional.
El académico, junto con Elena Centeno, directora del instituto, se ha dedicado a investigar cómo se han registrado estos fenómenos en el pasado, en un proyecto bilateral entre la UNAM y la Universidad Anna, de la India. “Se trata de una labor muy importante porque, aunque estos fenómenos se han dado siempre, el país apenas tiene registros desde hace poco más de un siglo, mientras naciones como Japón los han consignado desde hace más de mil 500 años”.
Para reconstruir estos eventos, el profesor de la Facultad de Ciencias se ha dedicado a excavar una serie de trincheras en Barra de Potosí, Guerrero, para estudiar uno de los tsunamis más recientes del país, el de 1985, que resulta interesante, “porque aquí el primer movimiento importante de tierra, el del 19 de septiembre, no produjo estas grandes olas, pero la réplica del día 21, sí”.
Esto demuestra lo importante de entender la relación entre el origen de un tsunami y el daño que puede causar, “pues al poblado guerrerense no le afectó el oleaje que produjo el primer sismo, mucho más potente, y que tuvo su epicentro al norte de Lázaro Cárdenas, Michoacán; la réplica provocó una oleada que penetró medio kilómetro en tierra, se generó frente a Zihuatanejo y eso marcó la diferencia”.
Para entender a cabalidad lo sucedido, el académico se ha dedicado a investigar la zona, y no sólo a través de perforaciones, sino de entrevistas realizadas a lugareños, porque en esta labor los testimonios son igual de importantes que las mediciones.
“Con sus relatos, los habitantes nos permitieron saber qué pasó aquel 21 de septiembre, cómo el mar se replegó para luego regresar con olas de cuatro metros que penetraron prácticamente 500 metros tierra adentro, y cómo los 100 pobladores del lugar pudieron huir a sitios elevados, con lo que evitaron pérdidas humanas”.
“En esta tarea, las muestras de suelo dicen tanto como las crónicas de los locales, pues al analizar los registros geológicos y encontrar ciertos sedimentos, como granos pesados, fósiles marinos o bromo, hallamos una huella sumamente detallada que nos indica el momento de un tsunami, hasta dónde llegó, de qué tamaño eran las olas e incluso qué microorganismos traían consigo”, explicó.
Estudiar en Barra de Potosí es clave para entender los paleotsunamis, es decir, los que se dieron mucho tiempo atrás, porque rehacer aquello que se dio hace pocos años, permite recorrer el camino de vuelta y recrear lo que pasó en otras eras.
Después de 2004, nada fue igual
El 26 de diciembre de 2004, el terremoto de Sumatra-Andamán generó una serie de tsunamis que impactaron en prácticamente todos los países que bordean el océano Índico y provocaron la muerte de más de 200 mil personas.
“Esta tragedia fue una llamada de atención para nosotros los científicos, porque antes de esa fecha no nos habíamos ocupado a fondo de estos fenómenos. El mejor ejemplo es que si uno busca textos al respecto, de 2003 hacia atrás apenas hallará uno o dos por año, pero si hacemos lo mismo en el lapso que comprende de mediados de la década pasada hasta el día de hoy, encontraremos cientos de publicaciones anuales, por lo menos”, indicó.
“Aquel desastre marcó nuevos parámetros en todos los campos, desde el científico hasta el social, porque ha sido el más destructivo del que se tenga memoria. De hecho, es el que ponemos en el nivel más alto de intensidad, concepto que depende del daño causado y no tanto por la cantidad de energía liberada”.
Por ello, señaló que los estudios que realizan la UNAM y la Universidad de Anna son muy importantes. “A partir de nuestras observaciones hemos desarrollado un mapa detallado de las zonas seguras en Barra de Potosí en caso de grandes olas, y queremos hacer lo mismo a lo largo de la costa del Pacífico”.
Para los nipones estos fenómenos son tan frecuentes que ya forman parte de su cultura, y no es de extrañar que la palabra tsunami sea de origen japonés; la voz tsu significa ‘puerto’, y nami ‘olas’, explicó.
Sin embargo, los registros en México son pobres, aunque al revisar los datos históricos nos han revelado episodios interesantes, narró. Por ejemplo, hay testimonios de que en 1787, uno con olas de 18 metros de altura penetró cuatro kilómetros y azotó las playas de Corralero, Oaxaca.
En nuestro país, la costa del Pacífico es particularmente susceptible, porque tenemos una placa oceánica, la de Cocos, que se introduce en otra continental, conocida como de Norteamérica, a gran velocidad, casi ocho centímetros por año, lo que provoca sismos frecuentes.
“Sin embargo, también existen noticias de eventos en el Caribe, con una frecuencia mucho menor, pero no por ello menos digna de ser estudiada”.
La cartografía con las zonas riesgo que trabajamos puede resultar de gran utilidad para salvar vidas. Nuestra siguiente área de observación será la michoacana, y aunque hay variantes que no nos dejan tomar determinado rumbo, vamos en la dirección correcta y dentro de pronto podremos ver el mapa completo, concluyó. Créditos: UNAM-DGCS-150-2011/unam.mx
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