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Olas de calor se agravan por la falta de árboles en la ciudad-BUAP

 
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06 de junio de 2018

Una de las funciones de las áreas verdes es regular la temperatura de las ciudades. La ola de calor recién sentida no hubiera permeado tanto si Puebla contara con más árboles. Con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente, la directora del Jardín Botánico Universitario (JBU) de la BUAP, Maricela Rodríguez Acosta, habló del  impacto positivo de la vegetación en las zonas urbanas, las cuales no pueden quedar fuera de las reflexiones, sobre todo porque hoy concentran más de la mitad de la población mundial y a otras especies.   Continue reading Olas de calor se agravan por la falta de árboles en la ciudad-BUAP

Juego de mesa educa sobre calentamiento global

 
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BOGOTÁ D. C., 07 de agosto de 2017 — Agencia de Noticias UN-

Este juego, creado por estudiantes de últimos semestres de Diseño Industrial de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.), va dirigido a jóvenes partir de los 14 años de edad, con el objetivo de familiarizarlos con algunos conceptos básicos de este fenómeno ambiental. Continue reading Juego de mesa educa sobre calentamiento global

EL ENFRIAMIENTO GLOBAL CONTINUARÁ TODO EL SIGLO XXI COMO PARTE DE LA MINI ERA DEL HIELO INICIADA EN 2010

 
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enfriamientoglobalDurante todo el siglo XXI continuará en la Tierra un enfriamiento global que reducirá la temperatura de entre 0.2 a un grado Celsius, como parte de la mini era del hielo iniciada en 2010, afirmó Víctor Manuel Velasco Herrera, investigador del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM.

Ese evento cíclico se debe al cambio natural de la actividad del Sol y a la variación de su baricentro. Este último “no sólo afecta el clima espacial y la actividad solar, sino que además es modulador de diferentes fenómenos naturales y del cambio climático natural”, explicó en entrevista.

Actualmente, la mayoría de los modelos propuestos para analizar el clima son incompletos y, por tanto, sus pronósticos son deficientes, pues no incluyen elementos físicos fundamentales como, por ejemplo, la actividad y variabilidad del baricentro solar, mencionó.

Al cambiar la excentricidad de las órbitas planetarias y la actividad del Sol, en la Tierra se provocan eras glaciares e interglaciales, que son periodos cálidos como el actual, llamado Holoceno. “Desde 2004, la potencia de la radiación solar ha disminuido por debajo de su valor promedio de los últimos 30 años”, detalló.

Doctor en ciencias espaciales, desde 2008 Velasco Herrera ha desarrollado un modelo propio llamado “ELSY” sobre la mini era del hielo que, de acuerdo a sus resultados, durará entre seis y ocho décadas. Su vaticinio ya ha obtenido resultados.

“Este fenómeno ha tenido sus primeras expresiones con eventos como el llamado snowpocalipsis (que en 2010 afectó principalmente a la ciudad estadounidense de Chicago), el frío siberiano que azotó a Europa en 2011 y la onda polar ártica, que durante este invierno se expresa en América del Norte y ha provocado el congelamiento de las cataratas del Niágara y diferentes vórtices polares.

Según este pronóstico, la tendencia de bajas temperaturas actualmente está en una etapa de transición y se profundizará dentro de seis años para alcanzar su fase más intensa entre 2020 y 2040.

Controversia con calentamiento global

El modelo del universitario contrasta con estudios realizados por diferentes organizaciones e institutos internacionales, dedicados a documentar el calentamiento global del planeta causado por la actividad humana.

Al respecto, el especialista aclaró que ambos parten de puntos de vista distintos, pues el suyo se realiza desde las ciencias espaciales, que toman en cuenta parámetros espacio-temporales más amplios y analizan el cambio climático en una escala mayor, en la que considera tanto el calentamiento como el enfriamiento, ambos cíclicos a mayor distancia y tiempo.

“A veces el análisis de cualquier fenómeno depende del lapso de tiempo que se estudia. Si es corto, es posible que no se contemplen todos los elementos. En este caso hemos investigado no solamente el ciclo cálido interglaciar, sino además las eras glaciales, que se conocen como Holoceno y tienen 12 mil años; hemos analizado miles de años y entramos en una etapa nueva para examinar millones a fin de entender más”, precisó.

“El cambio climático tiene sus fases de calentamiento y enfriamiento. Por ejemplo, en los últimos 400 mil años hubo periodos sumamente fríos llamados eras glaciales, que en promedio duran 100 mil años, así como cálidos o interglaciares, de 12 mil. Los fríos en nuestro planeta son sumamente largos, mientras que los cálidos son muy cortos”, explicó.

Hace 127 mil años terminó la penúltima glaciación y empezó el penúltimo periodo cálido llamado Interglacial Eemiense. Había entre dos y cuatro grados por encima de la temperatura actual y el nivel del mar tenía entre cuatro y seis metros arriba del presente. La última glaciación inició hace aproximadamente 115 mil años y terminó hace 12 mil; entonces el nivel de mar tenía 120 metros debajo del actual.

Después de una fase cálida interglacial continúa una era glacial, es decir, ambas son recurrentes. El actual enfriamiento global es el preámbulo de la siguiente era glacial, que durará 100 mil años, reiteró.

Velasco Herrera coincidió en que a partir de la segunda mitad del siglo pasado las temperaturas de la Tierra han sido las máximas de los últimos mil años, pero aclaró que se debió al aumento de la actividad solar, que ha sido la mayor desde el Periodo Máximo Cálido Medieval (Groenlandia se quedó sin hielo) y que duró del año 800 al 1300 de la era común.

“Tener diferentes visiones permite la discusión y el avance de la ciencia, que implica un progreso general de la humanidad. Creo que el debate sobre este tema ocurrirá hasta que encontremos las leyes fundamentales de la naturaleza”, consideró.

Eventos cíclicos, no atípicos ni extremos

“Desde las ciencias espaciales damos una idea distinta de lo que es el cambio climático y con esa perspectiva podemos explicar eventos como heladas “extremas”, lluvias “intensas” y “súper” huracanes, adelantó.

Para el universitario muchos eventos son cíclicos, pero no atípicos ni extremos, como año con año se difunde. “Para situarnos en México, las crónicas de 1446 en Techochtitlan documentan que hubo lluvias excesivas y en esa fecha la urbe se inundó de tal modo que ninguna de sus calles quedó en seco”.

En la época colonial en la ciudad de México ya aparecen las mal llamadas lluvias “atípicas”, pues los relatos indican que en 1627 cayó tanta que hubo tráfico de canoas y las misas se realizaban en los balcones. “Podemos ver que desde que hay asentamientos humanos en nuestro país, se habla de lluvias excesivas”, acotó.

Respecto a las heladas y nevadas, coinciden si tenemos cada 100 años una disminución de la actividad solar.

“Los relatos dicen que en 1447 en el Valle de México hubo tanta nieve que moría la población. Los dos años siguientes se perdieron las mazorcas porque se heló el grano y, por lo tanto, hubo hambre. En 1450 fue tan excesiva que se cayeron casas y hubo una epidemia de catarro que le costó la vida a mucha gente mayor. En 1451 en Tula, Hidalgo, cayó nieve hasta la altura de las rodillas y en 1454 se congelaron los lagos de Tenochtitlan”, detalló.

En contraste, hubo calor excesivo en un periodo posterior. Entre 1618 y 1619 en Puebla, se secaron los sembradíos y frutos. Para 1648 hay registros que indican que “ardía” Mérida; la capital de Yucatán padeció incendios en los campos.

“Asimismo, hay documentación de los huracanes de gran intensidad, como el ocurrido en Tlapa, Guerrero, en 1537; las crónicas narran que los vientos huracanados arrancaron de raíz los árboles y esto sólo pasa con uno categoría cuatro o cinco”.

Ante estas tendencias cíclicas y no atípicas, Velasco Herrera recomendó que los centros de investigaciones nacionales se centren en encontrar una fuente de energía que permita sobrevivir el siguiente periodo glacial, así como desarrollar la agricultura para resolver el problema alimentario mundial.

Créditos: UNAM-DGCS-108-2014

Colombia, octavo deforestador del mundo

 
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13 de agosto del 2011

La reducción de las altas tasas de destrucción de árboles y plantas en los países tropicales debe asumirse como una prioridad inmediata.
La reducción de las altas tasas de destrucción de árboles y plantas en los países tropicales debe asumirse como una prioridad inmediata.

Bogotá D.C. – Agencia de Noticias UN – La ONU declaró el 2011 Año Internacional de los Bosques para crear conciencia sobre la necesidad de detener la deforestación y degradación que están sufriendo estos ecosistemas en el mundo.

La deforestación se ha maximizado principalmente en los bosques tropicales, generando el 20% del total de gases efecto invernadero (GEI) que se liberan anualmente a la atmósfera. Esta cantidad equivale al total de emisiones de países como China o Estados Unidos.
Por ello, la reducción de las altas tasas de destrucción de árboles y plantas en los países tropicales debe asumirse como una prioridad inmediata, dada su alta viabilidad de disminuir en el corto plazo las emisiones de GEI, ante la negativa actual de los países industrializados de modificar sus sistemas de producción.

El panorama en Colombia es bastante desalentador. Se estima que el total de bosques naturales remanentes (incluidos los intervenidos) alcanza los 610.000 km2 (aproximadamente el 53% del territorio nacional), ubicados principalmente en las regiones Amazónica, Pacífica y Andina.
Según datos obtenidos en un estudio reciente, en el que participaron investigadores de la Universidad Nacional de Colombia, el contenido de biomasa aérea (cantidad de materia viva almacenada en tallos, ramas, hojas y frutos) es de aproximadamente 241 toneladas por hectárea (t/ha-1). Ello representa en general más de 7 mil 232 millones de toneladas de carbono (t C), que corresponderían a cerca de 26 mil 518 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2), GEI no liberadas a la atmósfera. Esta suma se iguala a las emisiones globales anuales provenientes de combustibles fósiles.
Dicha información le permitirá al país iniciar con mejores argumentos la búsqueda de mecanismos de financiación para emprender proyectos orientados a la reducción de emisiones por deforestación y degradación (REDD) de los bosques.
El mismo estudio revela que, a escala nacional, la tasa de deforestación anual estimada en el periodo 2000-2007 fue de 336.000 ha: 36,2% de bosques fueron convertidos en pastos y 38,2% en rastrojo o vegetación secundaria que terminó igualmente convertida en potrero. En valores netos (no porcentuales), esto ubica a Colombia en el no muy honroso octavo lugar entre los países con mayor deforestación en el mundo.

Estado de pérdidas y… ¡solo pérdidas!
El mayor problema radica en que en países megadiversos como Colombia, que se estima alberga el 10% de la fauna terrestre del planeta –gran parte de esta desconocida para la ciencia–, la deforestación no solo contribuye al calentamiento global mediante la emisión de GEI, sino que además promueve la pérdida de especies, principalmente por la destrucción de su hábitat. Así, se disminuye la posibilidad de identificar nuevas herramientas y oportunidades de desarrollo con base en productos derivados del bosque. Igualmente, el menoscabo de la floresta promueve el detrimento de servicios ecosistémicos como la capacidad de regulación hídrica y la ya mencionada reducción de captura de CO2, entre otros, afectando directamente la variabilidad climática.
Desde el punto de vista económico, los bosques en Colombia aportan el 0,21% del PIB nacional. Este porcentaje, casi nulo para el desarrollo socio–económico del país, y el hecho de que un componente que ocupa prácticamente la mitad del territorio nacional tenga tan baja participación en la generación de ingresos, tiene origen en diferentes causas:

1) Cultural: los esquemas mentales de progreso de nuestra sociedad, los cuales fueron impulsados por políticas gubernamentales durante varias décadas, dan valor agregado a tierras degradadas pero que no tengan bosque. De esta forma, se ha promovido la expansión de la ganadería extensiva y la conversión de bosque a pastos, contribuyendo a su vez al aumento de la inequidad económica y social.

2) El conflicto armado y la inseguridad de las áreas rurales que no han permitido el surgimiento de sectores económicos alternos como el turístico. En otros países de la región, como Costa Rica, esta actividad es hoy en día la mayor fuente de divisas y el motor del desarrollo nacional.

3) La falta de investigación sobre las potencialidades del bosque, sobre todo en el desarrollo de la industria cosmética y farmacéutica, que significaría un valor agregado de magnitudes suficientes para promover y permitir la conservación y restauración de los ecosistemas naturales; programas de este tipo se vienen adelantando en países vecinos como Brasil, Costa Rica y Panamá.
Por todas estas razones, en Colombia ha resultado bastante complejo implementar incluso modelos apropiados de aprovechamiento y manejo sostenible de por lo menos el recurso maderero, lo que prácticamente ha conducido al deterioro y extinción de algunos tipos de bosque como el Guandal y el Catival, otrora fuente casi única de abastecimiento de algunas empresas del sector.

De proveedores a transformadores
El potencial de la diversidad –hoy relegado a un segundo plano por la minería–, las concesiones madereras y el efecto del carbono sobre el calentamiento global merecen un capítulo aparte, ya que enfatizan la necesidad de que el país deje de ser proveedor de materias primas brutas y pase a ser transformador con excedentes económicos que aporten al desarrollo.
En una nación como Colombia, hoy tecnológicamente muy distante de otras como Corea (con la cual no tenía mayores diferencias en este aspecto hace 20 ó 30 años), la diversidad natural debería tener el valor que se merece dentro de las cuentas nacionales ambientales. Para ello, es menester modificar las actuales políticas de protección a ultranza que no permiten acceder a la información científica requerida para operar.
No debemos avanzar únicamente en la caracterización de la diversidad desde el punto de vista cualitativo al nivel de especie, sino buscar  también el máximo de beneficios posibles de la cuantificación y caracterización de la diversidad genética y química, que es donde subyacen los cimientos para la reconstrucción de una nueva política forestal. Seguir bajo los actuales modelos de protección sin inversión en inventarios y cuantificación solo conlleva al incremento del deterioro ambiental y, por ende, al aumento de la inequidad social. En todo este camino, el papel que debe jugar la educación será fundamental.

Créditos: agenciadenoticias.unal.edu.co

Una baja en la actividad solar atenuaría el calentamiento global, pero no lo detendría

 
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Aunque el astro influye en el clima terrestre, se ha demostrado que el calentamiento global se debe más a la actividad antropogénica que a la solar.
Aunque el astro influye en el clima terrestre, se ha demostrado que el calentamiento global se debe más a la actividad antropogénica que a la solar.

28 de marzo de 2011

• Si el astro entra en este periodo, para 2030 el incremento en la temperatura no sería de 1.3 grados, como se calcula, sino hasta 40 por ciento menor, lo que aún es preocupante, dijo Blanca Mendoza, del Instituto de Geofísica de la UNAM

“Los modelos predicen que estamos por entrar en una etapa de baja actividad solar y esto podría desacelerar la inercia de calentamiento que padece el planeta; sin embargo, aunque éste fuera el escenario, el aumento de temperatura global provocado por la actividad humana aún resultaría preocupante”, señaló Blanca Mendoza, del Instituto de Geofísica de la UNAM.

La investigadora, junto con Víctor Manuel Mendoza, René Garduño y Julián Adem, del Centro de Ciencias de la Atmósfera, analizaron cuál sería la actividad en el ciclo solar 24, que apenas comienza, y del 25, que abarcará aproximadamente del año 2020 al 2029. Todo indica que ésta será baja, “aunque nadie puede aseverarlo, pues no hay nada que nos asegure que las condiciones se darán de alguna forma”.

Entonces, ante esta incertidumbre, ¿por qué estudiar la actividad solar y su relación con el clima?, preguntó la profesora; “porque en los últimos 10 años, ha habido evidencias de que el Sol podría jugar un papel en el clima terrestre, particularmente si tiene sus épocas de alta o baja actividad, aunque hablamos de periodos seculares, es decir, de decenas de años, y predecir cuándo va a pasar es muy complicado y aún no hay consenso de cómo hacerlo”, explicó.

Sin embargo, añadió, en lo que sí hay acuerdo es en que el Sol siempre va a impactar al clima, el punto es ver qué tanto lo hace en relación con otros factores, y si bien antes de la Revolución Industrial su influencia era mucho más notoria, en la actualidad ha tenido un papel menor en el cambio climático, pues las mediciones muestran de manera contundente que lo preponderante ha sido la actividad antropogénica.

Para dar una idea de cómo el astro pudo haber alterado el entorno en el pasado, señaló que, en la Edad Media, atravesó por un periodo de alta actividad (conocido como Máximo Medieval). En esta época, la temperatura se elevó y permitió que los vikingos colonizaran y sembraran cebada y uvas en Groenlandia.

“De hecho, el nombre de este lugar significa ‘tierra verde’, debido a lo fértil que fue en ese lapso excepcionalmente cálido. Lo preocupante es que para que Groenlandia fuera un lugar propicio para la siembra y no el sitio frío que conocemos, la temperatura global tuvo que elevarse aproximadamente medio grado, justo lo que se ha incrementado desde principios del siglo XX hasta la fecha, tan sólo por la actividad antropogénica”.

De seguir como hasta la fecha, para el año 2030 el incremento global sería de aproximadamente 1.2 grados centígrados, aunque según las proyecciones de la profesora Mendoza y su equipo de colaboradores, publicadas el año pasado en el Journal of Atmospheric and Solar-Terrestrial Physics, debido a la baja actividad solar, esta cifra podría ser hasta 40 por ciento menor de lo esperado.

“Lo anterior, aunque no nos coloca en el peor de los escenarios, sí nos pone en uno adverso, y resulta conveniente tomar medidas desde ahora para que la actividad humana deje de alterar el entorno”.

Sin embargo, la académica subrayó que hay que tener cuidado al hacer aseveraciones basadas en modelos y no en mediciones y hechos. “Ni siquiera puedo asegurar que el Sol va a entrar en un periodo de baja actividad, aunque tenemos indicios de ello”.

No obstante, estamos obligados a realizar este tipo de trabajos con rigor y siempre poniéndolos a consideración de nuestros pares a través de revistas arbitradas, lo que evita proporcionar información poco precisa y con fundamentos endebles.
Créditos: UNAM-DGCS-179/2011/unam.mx