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EL LABORATORIO DE PALEOETNOBOTÁNICA Y PALEOAMBIENTE REVELA CÓMO ERA LA VIDA COTIDIANA EN TEOTIHUACAN

 
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lavidacotidianaentehotihucan31 de julio de 2014

El Laboratorio de Paleoetnobotánica y Paleoambiente se especializa en la identificación de restos de plantas conservados en excavaciones arqueológicas, así como en el análisis de sedimentos, suelos y otros depósitos geológicos en los que puede haber evidencia botánica en buen estado de preservación, expuso Emily McClung, del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM.

“Desde su fundación, se planteó la recuperación e identificación de semillas y otras partes vegetales conservadas en excavaciones, en áreas tanto domésticas como de almacenamiento o preparación de alimentos, por ejemplo, en fogones y vasijas”, explicó.

De esta manera, es posible analizar los restos referidos para establecer cómo vivían los habitantes de Teotihuacan. “Como arqueólogos entrenados en botánica vemos aspectos de subsistencia, alimentación y diferencias entre distintos sectores de la población al determinar quiénes tuvieron posibilidad de usar o consumir ciertos productos y quiénes no”, dijo McClung.

Al respecto, recordó que en 1972 inició sus trabajos en excavaciones en Teotihuacan con otros investigadores y así surgió el interés en la posibilidad de recuperar restos botánicos.

Iniciaron un programa detallado con una técnica llamada “de flotación”, que consiste en tomar muestras del sedimento, separarlas en agua mediante mallas finas —de menos de 0.5 mm de apertura— y observarlas en el microscopio estereoscópico.

“Esto nos permite ver y evaluar las condiciones de conservación. Así, descubrimos datos no evidentes a simple vista porque muchas semillas económicamente importantes en México son diminutas (algunas tienen 0.5 incluso 0.2 milímetros de diámetro, como las de la chía, verdolaga, epazote y huauzontle)”.

El equipo de McClung ha encontrado simientes que no imaginaban que se hubieran usado hace dos mil años, como la verdolaga y el jaltomate (pariente del tomate y el jitomate, pero en miniatura y morado). “Nos parecía inconcebible que se consumiera en Teotihuacan, pero lo encontramos por todos lados”.

Indudablemente, su alimentación incluyó plantas y animales en un número mayor de lo registrado, porque la conservación durante dos mil años se logra con dificultad. Sin embargo, los investigadores tienen una idea amplia sobre qué variedades pudieron haber utilizado como fuentes de vitaminas y proteínas.

Aunque el universitario no trabaja animales, en términos generales encontró que se alimentaron de venados, guajolotes, perros, aves y varios tipos de roedores silvestres. En una de las unidades habitacionales se encontró una amplia selección de peces que probablemente eran utilizados por sus escamas, empleadas para adornar trajes. Ésta es un área en la que ha laborado la investigadora emérita de la UNAM, Linda Manzanilla.

Los pescados también servían como alimento; hay restos de especies provenientes de la Costa del Golfo, sobre todo, y en menor medida, del Pacífico.

Los científicos han registrado una larga lista de plantas en Teotihuacan, como maíz, amaranto, huauzontle, epazote, verdolaga, aguacate, frijol, ayocote, huizache, biznaga, chile, tomate, calabaza, ciruela, tejocote y capulín. “Otro producto importante fue el nopal y su fruto, la tuna. Con seguridad usaban las pencas y su fibra”, apuntó.

Todo eso da a los antropólogos una idea de cómo vivía y qué consumía la sociedad teotihuacana antes de desaparecer. “Hemos encontrado plantas parecidas en el sur de la cuenca de México y en el valle de Teotihuacan, que datan del periodo formativo (del 2500 antes de nuestra era hasta el año 100 dC), aunque no propiamente en la ciudad prehispánica referida”.

Ofrendas y entierros

En los edificios monumentales en Teotihuacan, en las pirámides de la Luna, del Sol y en la de Quetzalcóatl, hay entierros a manera de ofrenda de las que algunos individuos forman parte. Esto se relaciona con el inicio de la construcción, de una nueva etapa o con la terminación.

“Los templos son interesantes porque no tienen que ver con el uso cotidiano de las plantas, sino con que están cimentados en distintas etapas y al inicio de cada una se protegía lo correspondiente a la anterior. No se sellaba intencionalmente, pero quedaba así al edificar algo más encima”.

En la construcción de la Pirámide de la Luna se han detectado siete niveles. El que vemos es el más reciente, pero llama la atención que en los rellenos entre cada uno se conservan sedimentos con restos botánicos provenientes de tierra de cultivo.

Esta información es muy importante porque no tiene que ver con ofrendas ni con la utilización de plantas cotidianas, sino con la tierra para rellenar los edificios. “Sabemos que no ha sido alterada desde que fue puesta en la construcción, por lo tanto nos permite conocer los tipos presentes en los campos de cultivo que estuvieron relativamente cerca del centro ceremonial”, dijo.

Para levantar una estructura a una altura determinada se necesitaba tierra, piedra, tabique y adobe. Mucho de este material vino de sitios próximos a la ciudad.

Desde el punto de vista económico, se eliminan campos de cultivo, lo que significa que no se produjeron los alimentos necesarios para la urbe. “Uno se puede imaginar la organización sociopolítica y socioeconómica de Teotihuacan. Pensemos en una comunidad que se da el lujo de arrasar con sus campos”.

En el aspecto político se demuestra que las autoridades tienen la capacidad de construir algo inmenso; por otro lado, está el simbolismo de la pirámide, que refiere poder y control. “Desde la perspectiva referida, es una representación del poder del Estado”.

Es interesante porque hay un paralelo con lo que pasa hoy. Áreas que fueron primordiales en la producción de comestibles ahora son utilizadas para fraccionamientos, edificios gubernamentales, hospitales y aeropuertos. Se arrasan los campos agrícolas en aras de una imagen de modernización, desarrollo y bienestar.

“Actualmente atribuimos a la época azteca el uso de plantas –que hoy son parte de la alimentación– y herbolaria tradicional en el país, pero no es así, ellos documentaron estos conocimientos que ya tenían más de dos mil años antes de su llegada al Valle de México”, explicó.

“Eso es algo que solemos ignorar, pero el estudio de sitios arqueológicos más antiguos arroja dicha información. No siempre podemos decir cómo preparaban sus alimentos, qué mezclas hacían o cómo elaboraban sus salsas, aunque sabemos que el conocimiento de estas plantas es mucho más antiguo de lo que se piensa”, finalizó.

Créditos: UNAM-DGCS-438-2014

DETECTAN CON ACELERADORES DE IONES ALEACIONES Y TÉCNICAS ORFEBRES DEL TESORO DE LOS QUIMBAYAS

 
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tesoroquimbayasConocer cuáles fueron los materiales, aleaciones y métodos que utilizó entre los años cero a 700 de nuestra era la cultura Quimbaya de Colombia, caracterizada por el desarrollo orfebre, el tamaño y la belleza de sus piezas de oro, es un reto que la ciencia del siglo XXI afronta con ayuda de la física.

Con el uso de aceleradores de iones que penetran la superficie de las piezas precolombinas sin dañarlas, José Luis Ruvalcaba Sil, investigador del Instituto de Física (IF) de la UNAM, participó con colegas de España y Costa Rica en un estudio que ha dado luz para saber de los procesos de fabricación aplicados.

Encabezado por Alicia Perea, especialista en arqueometalurgia del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, el análisis incluyó varias decenas de las 135 piezas de oro de esa civilización (colección considerada una de las de más calidad en la orfebrería precolombina de América), como figuras humanas, cascos, brazaletes, orejeras, narigueras, varillas y recipientes, entre otras.

El conjunto original, de casi 200 piezas, fue saqueado de dos tumbas en la región de Quindio, en la cordillera andina de Colombia. Luego de adquirirlas, ese gobierno regaló –en 1891– el ajuar funerario a la reina Isabel II de España, como agradecimiento por su apoyo en una querella fronteriza con Venezuela. Desde entonces, 135 piezas del tesoro se conservan en el Museo de América, en Madrid, España.

“Iniciamos el proyecto en el 2000 y tardó varios años en realizarse. Mi doctorado fue sobre desarrollo y estrategias para estudiar técnicas de dorado precolombino con aceleradores de iones como el Pelletron del IF, por eso me invitaron a colaborar en el análisis del tesoro quimbaya, una de las colecciones principales de ese museo”, señaló Ruvalcaba en entrevista.

Con Alicia Perea, experta en orfebrería de oro de la península ibérica, el universitario estableció una estrategia para analizar las piezas en el acelerador de partículas de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), semejante al Pelletron del IF, aunque casi del doble de tamaño y energía.

Se llevaron al laboratorio del Centro de Microanálisis de la UAM; para ello fue necesario obtener un proyecto para cubrir los costos de desplazamiento y seguros de las piezas quimbayas y de una parte de la colección de Costa Rica. También se invitó a Patricia Fernández, del Museo del Oro de ese país centroamericano, especialista en orfebrería.

Ese tesoro sudamericano (perteneciente a los años 600 de nuestra era) es contemporáneo a la cultura teotihuacana.

Penetrar sin dañar

Autorizada la salida de las piezas del museo a la universidad española, se analizaron con microscopio electrónico los objetos de menor tamaño que caben en ese equipo.

“Tuvimos un primer contacto con la colección para examinarla y caracterizar la tecnología de fabricación mediante métodos no invasivos. Son impresionantes, las más grandes miden más de 20 centímetros y representan a sacerdotes o gobernantes sentados o de pie y forman parte del ajuar funerario de ciertas tumbas”, reiteró.

Con el acelerador, aplicó una técnica que dispara un haz de iones sobre la superficie, que indica cómo cambiará la composición del objeto del exterior al interior.

Los primeros resultados sorprendieron a los científicos, que no observaron un dorado muy evidente en las piezas.

“La respuesta se obtuvo tras estudiar las partes traseras, menos expuestas. Encontramos que probablemente fueron pulidas. Creemos que al limpiar la colección, desde el siglo XIX se eliminaron poco a poco las capas de dorado y se perdió información sobre la tecnología que usaron los quimbayas para elaborarlas”, consideró.

En cambio, algunas piezas de Costa Rica son tan ricas en oro que se les agregó un poco de cobre para hacerlas más fáciles de trabajar –menos maleables– y reducir su temperatura de fusión.

En el caso de Colombia lo usual era utilizar una aleación con poco oro, que con ciertos procesos de oxidación superficial por calentamiento y por limpieza, lograba eliminar el cobre de la superficie para hacerlo más dorado.

“Según la pieza era el tipo de aleación que empleaban. Las antropomorfas eran más ricas en oro y los recipientes fundidos contenían más cobre. Esto significa que el material usado en la manufactura dependía del tipo de objeto”, dijo.

Los estudios previos in situ dieron una idea general de la composición. “El análisis más fino es con el acelerador, porque no hay otra técnica no invasiva que nos informe de la distribución de la superficie del oro al interior para entender qué tecnología se empleó”.

Comprobaron que los quimbayas usaban aleaciones de oro, plata y cobre, cantidad que variaba por el simbolismo, uso y función del objeto.

“Hacia el año 1500 a.C., se comenzaron a trabajar los metales en Perú. Paulatinamente se desarrolló en zonas vecinas, como Ecuador, donde hay sinterizados de platino, que tienen que ver con las fuentes de metales de las que disponían. Por el año cero se desarrolló la metalurgia en Colombia y Costa Rica”.

El estudio comparó las piezas de Colombia y Costa Rica y comprobaron la interacción e intercambio de conocimientos sobre metalurgia que hubo entre las culturas de ambos países.

Metalurgia, tarde en Mesoamérica

Aunque no está completamente claro cómo la metalurgia llegó a Mesoamérica (México), aparece de manera tardía –hacia el año 800 de nuestra era– en las regiones que hoy comprenden a Oaxaca y Michoacán.

“Luego tuvieron un desarrollo propio, con tecnologías especializadas en fundición, formas, en el trabajo de los hilos metálicos. Fue un conocimiento importado, quizá también llegaron orfebres de otros sitios. Hay piezas del occidente de nuestro país que podrían ser importadas y en Teotihuacan hay una sola pieza metálica, de cobre, que tiene características de orfebrería centroamericana; era de gran valor, por eso fue ofrendada”, finalizó.

Créditos:UNAM-DGCS-244-2014

HUELLAS DE PTEROSAURIO EN SAN JUAN RAYA, PUEBLA

 
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pterosauroLa localidad de San Juan Raya, Puebla, alberga un patrimonio geopaleontológico notable, en el que además de fósiles de invertebrados marinos, recientemente fueron reportadas huellas fósiles de diversos saurios, entre las que destacan las pertenecientes a reptiles alados extintos, llamados Pterosaurios.

Como parte de esos estudios, se ha determinado que el estrato rocoso que preservó las huellas pertenece al periodo Cretácico inferior, con una antigüedad estimada en 110 millones de años.

Un grupo de investigadores universitarios, encabezados por el científico Frank Raúl Gío Argáez, del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL), en colaboración con estudiantes de la Facultad de Ciencias (FC) de la UNAM, realizaron trabajos de campo para recabar datos más precisos acerca de las dimensiones de las icnitas, identificar rastros y distancias entre zancadas, así como elaborar réplicas de las mismas en plastilina de escultor.

El trabajo permitió al grupo de investigación obtener contra moldes individuales de cada huella para ser transportados al laboratorio para su análisis. Con el apoyo de especialistas del Centro de Ciencias Aplicadas y Desarrollo Tecnológico (CCADT) de la UNAM, fueron escaneados para generar imágenes tridimensionales que permitieron medir el largo, ancho y espesor.

Posteriormente, las imágenes fueron impresas en un material resistente y manipulable por medio de una impresora 3D, para conseguir réplicas que hicieron posible observar y registrar características sobre su forma, imperceptibles a simple vista. Después, se realizó un escaneo in situ de la pared que las contiene a fin de obtener un acervo digital del área para futuras investigaciones.

Esa colaboración es importante pues el intemperismo constante del sitio, en unos 30 o 40 años acabará con los rastros, “por lo que es necesario hacerlo lo más pronto posible, para preservar la reseña histórica de lo que hay ahí”, destacó Gío Argáez.

Al exponer algunos resultados de su investigación, Gío Argáez mencionó que esa localidad, ubicada en los límites de Puebla y Oaxaca, en la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, es una comunidad con apenas 150 habitantes, cuenta con un museo de sitio, donde exhiben fósiles y muestras de carácter arqueológico, las cuales, en colaboración con estudiantes de servicio social de la FC, limpiaron, ordenaron y acomodaron en forma sistemática para su apreciación.

En su participación, Huellas de Pterosaurio en la formación de San Juan Raya (Cretácico Inferior), Puebla, México, organizada por el CCADET, el decano de los profesores de paleontología de la FC precisó que el pueblo de San Juan Raya dio nombre a la unidad litoestratigráfica, formación con espesor de hasta mil 250 metros de material acumulado durante más de 10 millones de años y una extensión de casi 100 kilómetros, resultado del movimiento de bloques continentales.

Al respecto, recordó que durante una visita con personal de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis, de España –con quien dirige un proyecto científico sobre la paleoicnología del Cretácico temprano en Puebla, en colaboración con el CCADET–, y con la ayuda de pobladores que sabían dónde se ubicaban las improntas, “localizamos 17 nuevos registros de icnitas, un descubrimiento trascendente porque no se había reportado, para esa edad, ese tipo de organismos, los pterodáctilos”.

Esos dichos organismos no fueron dinosaurios voladores, sino reptiles voladores, un grupo de animales extraordinariamente exitoso que vivió cerca de 200 millones de años y los primeros vertebrados en conquistar el aire; sus alas estaban recubiertas por una pequeña pelusa semejante a la de los polluelos, el dedo anular creció mucho y le sirvió de soporte para su ala. Tenía una longitud de 12 metros de largo y hasta la fecha no se sabe si caminaba en cuatro patas, por el tamaño que alcanzó.

Para desplazarse por tierra o aire tenían una mecánica estructural compleja que les permitía caminar o volar y obtener su alimento a ras del mar.

Dentro de los estudios encontraron 174 huellas de vertebrados, 41 corresponden a Pterosaurios, de éstas últimas tomaron medidas y distancias entre cada una de ellas con la ayuda de un software especial lo que permitió obtener mayor precisión en los datos.

El grupo de investigación se encuentra en proceso de elaboración de un catálogo de fósiles, en la actualización de las descripciones y en la reconstrucción de espacios para búsqueda de restos óseos del Mesozoico.

Créditos: UNAM-DGCS-210-2014

CIRCULACIÓN DE MERCANCÍAS E IDEAS EN LA ÉPOCA PREHISPÁNICA

 
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circulaciondemercanciaAntes de su fallecimiento, el 7 de diciembre de 2009, Lorenzo Ochoa Salas habló, en entrevista, de las nuevas líneas que había propuesto para investigar la función que desempeñaron las rutas comerciales y los mercados de la Huasteca en la vida de los pobladores de esta región durante la época prehispánica.

A continuación se presenta el texto redactado a partir de ese último encuentro que concedió el arqueólogo y científico social del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.

De acuerdo con Ochoa Salas, gracias a la organización política de la Huasteca, basada en pequeños estados independientes, esta región pudo tener un crecimiento económico que implicó la apertura de rutas comerciales para el intercambio de productos e ideas.

Esas vías, recuperadas a partir de documentos de primera mano, refieren la importancia económica de la Huasteca en el conglomerado prehispánico.

Además de esas fuentes, otro tipo de documentos más recientes, como Los lienzos de Tuxpan y el Códice Xicotepec (en concreto, la lámina 10, que refiere las conquistas de la Triple Alianza –Texcoco, Tenochtitlan y Tlacopan– sobre la Huasteca, en busca de los mercados del sur de ésta), le permitieron precisar la ruta que iba de Zontecomatlán a Huayacocotla, y de ahí se ramificaba a Chicontepec, Huejutla, Tampico y Tamiahua.

En el Códice Xicotepec, elaborado después de la Conquista, se estableció la apertura de otra ruta a fin de evitar la evasión de impuestos de los productores de tabaco. El dato corrobora que había contrabando de este producto y que el virreinato trazó otros trayectos para contar con senderos menos dificultosos.

“Se conoce que el camino pasaba 11 o 12 veces el mismo río debido a lo escarpado de las montañas, lo que nos da una idea de la necesidad de abrir nuevas vías. Obviamente no era el que utilizaban los nativos, ellos usaban otro”, comentó el investigador.

Ruta de los conventos agustinos

Ochoa Salas encontró ese otro camino en la Relación de Huejutla, donde se habla del que iba de la ciudad de México a Pachuca, llegaba a Atotonilco, Metztitlán, Metzquititlán, Zacualtipán, Tianguistengo y Molango y bajaba a Huejutla.

Se aprovechó en la Colonia –época en que era conocida como la “ruta de los conventos agustinos”– y se volvió a retomar a finales de la década de los años 60 y principios de los 70 del siglo XX, al trazar la famosa carretera que va de Pachuca a Huejutla.

Al emplear como fuente el Códice Xicotepec, halló otra ruta que partía precisamente de Xicotepec –hoy Villa Juárez, cerca de Huachinango– y se bifurcaba hacia Atotonilco y Tulancingo. Según Ochoa Salas, ésta, en conexión con Xicotepec y Metlaltoyuca, llegaba al mercado de Tzicoac, conocido ahora como Mesa de Cacahuatenco.

“Ése fue uno de los mercados huastecos más importantes de la época prehispánica, otro era el de Tuxpan, que cumplía con todos los requisitos para desarrollarse económicamente: se localizaba en las márgenes del río, lo que le permitió constituirse en la fuente principal de abastecimiento de sal. Esta apreciada mercadería se producía a lo largo de la costa, pero sobre todo en las salinas de Campeche y de Pánuco, al norte de Tampico”.

Sin embargo, Pánuco enfrentaba problemas para transportarla, pues se encontraba bajo la hostilidad permanente de los chichimecas de la Raya de Pánuco. Un documento de la época colonial dice claramente que la sal era llevada de Campeche a un lugar llamado Amoyoc y de ahí la embarcaban a Huejutla, sede de otro gran mercado, de donde se distribuía a toda la región.

“Como se ve, éstas son rutas de cabotaje de la época prehispánica que se aprovecharon como lugares de embarque y desembarque en la Colonia”, señaló el investigador.

Camino a Xicotepec

No obstante, en el siglo XVIII Tuxpan cayó en el olvido y se convirtió en un pueblo de pescadores; como localidades comerciales tenían más importancia Tamiahua y Temapache, el otro gran mercado que, en opinión de Ochoa Salas, era un punto de la ruta que bajaba de Chicontepec y Tepetzintla.

“Ahí descubrí el camino real que iba de Tepetzintla a Temapache; en un principio parecía una calzada, pero resultó una pequeña fortificación destinada a proteger a los mercaderes. De Temapache se llegaba a Tuxpan y luego se bajaba a Tamiahua; de ahí se iba a Temapache. Este mismo itinerario lo registró el obispo Alonso de la Mota y Escobar, quien era visitador”.

En Xicotepec se encontraba también un enclave de la Triple Alianza. Es interesante recordar que las conquistas de los mercados del sur de la Huasteca se realizaron precisamente por el camino a Xicotepec.

Aunque los texcocanos llegaron primero a Tuxpan, fue después de las grandes hambrunas padecidas por los mexicas (hacia 1446, porque las aguas saladas desplazaron a las aguas dulces en el cuerpo lacustre de la cuenca del Valle de México) cuando éstos volvieron a expandir su área de influencia. De ese modo reconquistaron el sur de la Huasteca: Tzicoac, Cacahuatengo y Tuxpan. Estos hechos están consignados en la piedra Tizoc.

En esta última “se ve cómo unos mexicas tienen agarrado del cabello a un tuxpaneca. Esa situación también la registró Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y no hay duda de que, al ser miembros de la Triple Alianza, los mexicas reconquistaron el sur de la Huasteca”, añadió.

Cabe recordar que la Triple Alianza se repartía el botín de guerra en partes desiguales: dos le correspondían a Texcoco, dos a Tenochtitlan y sólo un quinto a Tlacopan, quizá por la debilidad que mostraba o porque su sitio en la alianza no era determinante.

Conquistas mexicas

Los mexicas tomaron la misma ruta y conquistaron Metlaltoyuca, donde se encontraba una impresionante muralla natural, difícil de superar con las tecnologías guerreras de la época, sin embargo, ellos lo hicieron y pudieron conquistar Tzicoac.

De ahí baja una ruta a Tuxpan, lo cual hace suponer que los mexicas también dominaron Tuxpan y Temapache y que los grandes mercados del sur de la Huasteca pagaban tributo a la Triple Alianza.

“Como puede advertirse, estas vías de comunicación y comercio son relevantes porque muestran la importancia económica que tenía la Huasteca. Ahí se producían ocho variedades de chile para exportación, algodón, mantas de mil colores, plumas, pescado y camarón seco, hueva de lisa y productos suntuarios, entre otros”.

En la búsqueda de elementos que fortalecieran sus hipótesis de estudio, Ochoa Salas encontró una lápida a la que denominó “de la calzada”. Un primer acercamiento lo hizo suponer que se trataba de una lápida ceremonial. Después, en colaboración con el antropólogo belga Michel Graulich, concluyó que se trataba de una conmemorativa del primer siglo de la conquista de Tuxpan.

“Se erigió 57 años antes de la Conquista. Data de 1464. América todavía no se descubría cuando en la Huasteca se conmemoraba el primer siglo (siglo indígena) de la conquista de Tuxpan”.

¿Cuál fue la razón de las conquistas emprendidas por los mexicas en la segunda parte del siglo XV? Desde la perspectiva de Ochoa Salas, los mercaderes mexicas se presentaron en Tzicoac para comerciar, pero fueron emboscados y torturados por los huastecos en un lugar localizado entre Metlaltoyuca y Tzicoac. Los sobrevivientes se quejaron y después se iniciaron las conquistas.

El gran mercado regional de Tula

“¿Habrá sido cierta esa anécdota? No lo sabemos, pero resulta curioso suponer que fueran a mercadear, no a espiar, como lo hacían los pochtecas. Además, suena increíble que esos mercaderes fueran atacados sólo por comerciar. En todo caso, éste fue el pretexto de la conquista de la Huasteca, porque su forma de producción era codiciada por la Triple Alianza”.

Aún más: el poderío económico de los huastecos se conocía desde tiempo atrás, sobre todo en Tula, ciudad que albergaba un gran mercado regional. Hasta allá llegaban los comerciantes huastecos, cuya presencia puede constatarse por la arquitectura, además, en las fuentes históricas de entonces los huastecos aparecen de manera reiterada.

Incluso, en la relación de Fray Bernardino de Sahagún se encuentra la descripción de un mercader huasteco que vende chile, uno de los productos más requeridos en el mercado de Tula, lo que habla de las rutas comerciales de los huastecos, tanto hacia el sur como hacia el norte.

También, había una red de comercio de cabotaje que no se circunscribía al área mesoamericana, sino que llegaba hasta la Florida. Hay muestras de cerámica a lo largo de la costa y por tierras interiores que acreditan un contacto comercial entre el sur de Estados Unidos y el norte de Mesoamérica. La mercancía transitaba, quizá no de manera tan expedita como en Mesoamérica. De hecho, las rutas comerciales que salían de EU llegaban hasta Yucatán y Centroamérica.

“En suma, el estudio de las rutas de comunicación y de comercio permite concluir que la presencia de la Triple Alianza en la Huasteca no se reducía a un mero intercambio comercial entre esas regiones –y a su influencia recíproca–, sino también tenía claros intereses de tipo económico, político e ideológico”.

Rechazo de los mexicas a los huastecos

Los mexicas pasaron por Tula en su peregrinación a la cuenca de México y después de un sinnúmero de vicisitudes fundaron Tenochtitlan. No tenían nombre, eran nadie, eran chichimecas, por lo que buscaron a alguien con raigambre tolteca; encontraron a Acamapichtli, a quien nombraron el primer tlatoani, pero resultó que Acamapichtli no era tolteca porque sus raíces estaban emparentadas con Xólotl, chichimeca, y con Tomiyauh, huasteca. Acamapichtli era bisnieto de Tomiyauh y de Xólotl, y su origen partía de la Huasteca y de entre los chichimecas.

“A mí me parece que tal característica de sus raíces pudo provocar que los mexicas rechazaran a los huastecos. Decían que eran borrachos, sodomitas, les endilgaban todos los epítetos despectivos que tenían y los estigmatizaban. Ésa es una vertiente ideológica que sirve para armar una crónica sobre las rutas prehispánicas de la Huasteca, por donde circulaban mercancías y, también, ideas”, concluyó el investigador.

Créditos: UNAM-DGCS-122-2014

El Cuauhxicalco de Templo Mayor, pasado prehispánico que sale a la luz

 
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Se encontró un basamento circular de 16 metros de diámetro, atravesado a la mitad por un drenaje de tiempos porfirianos (derecha).
Se encontró un basamento circular de 16 metros de diámetro, atravesado a la mitad por un drenaje de tiempos porfirianos (derecha).

4 de diciembre de 2011

• La construcción recién descubierta pertenece al periodo IVb (1469-1481) y estaba consagrada a Huitzilopochtli, explicó Roberto Martínez Meza, estudiante en la maestría de Estudios Mesoamericanos de la FFyL de la UNAM

Hace algunas semanas, los hombres que cavaban a las afueras del Museo del Templo Mayor —en los terrenos que poco a poco se le han ganado a la Plaza Gamio para construir lo que será el nuevo acceso al recinto—, dieron aviso de que, al horadar la superficie, habían chocado con un objeto sólido, a aproximadamente cinco metros bajo tierra. Aquella tarde, Roberto Martínez Meza supervisaba los trabajos y, al escuchar la alerta, supo que habían encontrado algo, “y muy importante”.

Al revisar el objeto, el candidato a maestro en Estudios Mesoamericanos por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM vio que se trataba de una línea de estuco con piedra careada y recordó que hace no mucho el arqueólogo Leonardo López había detectado una base piramidal en el predio de las Ajaracas. Martínez sospechó que se trataba del mismo edificio prehispánico hallado por su colega, aunque éste jamás imaginó que el muro norte llegaría hasta allá, porque se lo había imaginado más pequeño.

Era así como, tras cinco siglos en el subsuelo y sin que nadie lo esperara, salía a la luz el cuauhxicalco que, a decir de los relatos, se había construido durante el reinado de Atzayácatl. “Se trata de un basamento circular, de 16 metros de diámetro, perteneciente al periodo IVb de Tenochtitlan. Es un descubrimiento particularmente importante, porque habían pasado dos años sin que apareciera nada prehispánico en la zona”, expuso.

“Por estar en el costado sur del Templo Mayor, sabemos que era un espacio dedicado a Huitzilopochtli, dios de la guerra. Probablemente aquí eran cremados nobles y tlatoanis. Fue construido entre los años 1469 y 1481. Nunca fue visto por ojos españoles, ya que esta construcción, en particular, fue destruida por los mexicas para edificar encima”, expuso.

Un lento salir a la luz

“Saber que estás por hacer un descubrimiento entraña una emoción muy particular”, compartió Roberto Martínez, y esto él lo sabe por experiencia propia, pues la noche de aquel 12 de septiembre un sentimiento de inquietud apenas lo dejó dormir. Horas antes había examinado el borde de tezontle aparecido bajo las palas de los albañiles y estaba cierto de que se trataba de una estructura de origen mexica, pero pese a su deseo de que los trabajos de excavación continuaran, era imposible seguir, pues había caído el Sol.

Un día después, al romper la mañana, el universitario regresó con un grupo de expertos “y comenzamos a retirar tierra; cada palada confirmaba mis sospechas. Entramos por un costado y nos topamos con un muro de metro y medio de altura, y al limpiar la estructura aparecieron; primero, una cabeza de serpiente tallada en roca, luego otra, y después una más, así hasta superar la decena”.

Lo paradójico de liberar esta construcción, explicó, es que para rescatarla primero debemos retirar el ataúd de tierra que la protegió tanto tiempo, y al hacerlo, la dejamos expuesta a elementos amenazantes. Tal es el caso de las lluvias, que se soltaron apenas iniciaron los trabajos, y una filtración de aguas negras que apareció al hacer la excavación y que compromete la integridad de los estucos.

Para Martínez, sacar esta edificación a la luz equivale a desenterrar historias que corrían el riesgo de quedar sepultas.

“Cada mella, fractura o muesca detectada nos narra un evento particular. Por su altura de 1.50 metros, sabemos que esta construcción fue descopetada por los mexicas poco antes de que Colón llegara a América. Además, es atravesada, justo a la mitad, por un drenaje porfiriano que data de 1900. Asomarse a estos detalles es un privilegio poco común, equivale a ser testigo del pasado”.

Realidad que corrobora lo escrito

Desde siempre, Heinrich Schliemann fue un ávido lector de la Ilíada; de niño su mayor deseo era encontrar Troya, de adulto destinó gran parte de su fortuna a esta empresa. Muchos calificaron de insensato buscar una urbe que sólo existía en versos épicos, pero el prusiano perseveró y, finalmente, desenterró lo que muchos creían producto de la imaginación homérica: la mítica ciudad de Héctor.

“Estas historias son recurrentes en nuestra profesión, pues algo parecido sucedió con Templo Mayor, cuya existencia estaba consignada en crónicas, pero no había vestigios que corroboraran algo. La búsqueda parecía infructuosa, pues algunos testimonios ubicaban la construcción justo abajo de Catedral, lo que imposibilitaba cualquier trabajo, y los arqueólogos que registraron la zona pasaron junto al santuario sin verlo, como Leopoldo Batres, en 1900. Fue hasta 1916, con los trabajos de Manuel Gamio, que finalmente supimos dónde estaba”, explicó Martínez Meza.

El universitario es enfático al aseverar que quienes, como él, estudian el Postclásico, tienen una gran ventaja sobre los que se especializan en periodos anteriores. “Nosotros tenemos escritos que nos ayudan a recrear el pasado, los otros no”.

Como Schliemann puso en evidencia, si hay textos que describan ciudades perdidas, entonces la imaginación se vuelve una herramienta invaluable. “Bernardino de Sahagún nos dijo que en el área había 78 edificios. Eso nos da una idea de qué tan grande es el rompecabezas que tenemos en la mesa”.

Pero reconstruir cómo era Templo Mayor y sus alrededores es una labor de paciencia, pues de manera intermitente aparece una pieza por aquí, otra por allá, sin orden ni periodicidad fija, y ante eso, lo que hacen los expertos es comparar los restos arqueológicos con las fuentes documentales, como quien al armar un puzzle mira repetidamente la imagen impresa en la caja para determinar de qué manera embonan las partes.

A veces las referencias son imprecisas y deben someterse a ajustes de último minuto, pero en ocasiones los datos consignados son tan acuciosos, que es, prácticamente, como tener un mapa.

Ejemplo de esto es el documento expedido el 22 de febrero de 1527, un acta de cabildo que señalaba que a Gil Gutiérrez de Benavides se le concedió una posesión “que estaba en esta ciudad, linderos con solar a casas de Antonio Ávila, su hermano, que es tercia parte donde estaba el Uchilobos”.

“Esto nos señala con una precisión pasmosa dónde estaba el templo de Hutzilopochtli, pero no siempre podemos confiar en que habrá documentos con estas características; por ello, ahí donde los textos dejan huecos, debemos remitirnos a los vestigios. Por ejemplo, en Guatemala 16, a espaldas de Catedral, se encontró el Templo de Ehécatl, dios del viento, y con cada hallazgo avanzamos en nuestra empresa. Cada pieza abona para reconstruir un escenario más amplio, pero ellas solas no pueden hacer nada, a nosotros nos toca acomodarlas e intentar armar el rompecabezas”.

Piedras que hablan

“No es que las piedras sean mudas; sólo guardan silencio”, escribió Humberto Ak’Abal, poeta indígena guatemalteco, “y no es que no digan nada, hay que saber leer en ellas, como hacemos con el cuauhxicalco recién hallado”, acotó Martínez Meza.

Para empezar, que esté localizado al sur respecto de Templo Mayor, nos dice que la construcción estuvo dedicada a Huitzilopochtli, explicó el arqueólogo.

“Lo edificado del lado norte pertenecía a Tláloc, deidad que lanzaba su mirada en dirección de los desiertos, las regiones que clamaban por agua y el territorio de las cactáceas y la biznaga. Por el contrario, al sur estaban las zonas fértiles, las que debían ser conquistadas, las que ambicionaba el dios de la guerra, de ahí que sepamos con qué propósito se creó este santuario”.

Además, sus costados están adornados por clavos arquitectónicos en forma de serpiente, se trata de 14 cabezas expuestas. El que sus muros estén rematados por un animal sagrado evidencia que se trataba de un sitio especial, algo que se corrobora al analizar las dos lápidas de piedra que hay en su parte superior, una con un chimalli, el escudo defensivo del dios de la guerra, otra con un chalchihuitl, símbolo usado para representar lo precioso.

Estos son algunos de los aspectos que revelan estos cuerpos de roca, pero hay cosas que es imposible saber con el mero examen de las estructuras, así que si las piedras llegan a callar, quizá los libros hablen, argumentó.

“En sus crónicas, Bernardino de Sahagún describe ceremonias en las que un hombre descendía por la escalinata del Templo Mayor con una víbora de papel, o xiuhcoatl, en llamas, que era depositada aquí para que terminara de quemarse. Esto, que se hacía en honor a Huitzilopochtli, nos da una visión mucho más amplia del significado que tenía este espacio”.

Por el momento continúan los trabajos de liberación y la batalla por contener la fuga de agua que se filtra, probablemente, desde un colector de aguas negras cercano. Los trabajos están a cargo del Programa de Arqueología Urbana, que depende del Proyecto Templo Mayor, del INAH.

Al respecto, concluyó Martínez Meza, “la idea es desenterrar esta estructura, en su totalidad, para que sea estudiada por los expertos y, después, exhibida al público”, lo que no es sino otra manera de, como decía Humberto Ak’Abal, sacar a la piedra de su silencio y hacerla hablar.
Créditos: unam.mx/boletin/709/2011