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Jóvenes preparatorianos detectan explosión solar.

 
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6 de Diciembre del 2012
Como parte de su actividad cotidiana en el Laboratorio de Radioastronomía de la Escuela Nacional Preparatoria (ENP) número 5, José Vasconcelos, estudiantes de ese plantel detectaron, mediante ondas de radio, una explosión solar, cuyos registros fueron confirmados posteriormente por científicos de la National Aeronautics and Space Administration (NASA), de la que son colaboradores desde 2007, año en que hicieron un descubrimiento similar.
Junto con el Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM, fueron los únicos en México y Latinoamérica, que a través de su telescopio desde la Tierra, detectaron la actividad ocurrida el pasado 22 de octubre.
La eyección de masa coronal de clase M4 fue detectada en la región 1598, a las 13:50, tiempo de México. Por encontrarse en la región lateral, no representó ningún peligro potencial para el planeta, informaron los preparatorianos.
Según información de la NASA, el Sol emitió una importante erupción que alcanzó su máximo a las 23:17 horas del este estadounidense (03:17 GMT del martes), cuyas llamaradas afectaron de forma moderada a las telecomunicaciones en algunas regiones de Asia.
Alfonso Castillo Ábrego, coordinador del proyecto y profesor del plantel, explicó que cada 11 años el Sol entra en una fase de actividad máxima, y en ese lapso los eventos eruptivos son cotidianos. El último máximo de actividad se registró entre el año 2000 y 2002; el próximo máximo se espera entre 2013 y 2014.
Al respecto, indicó que se estima que para mayo de 2013 se alcance el máximo de actividad solar, “a medida que nos acercamos a esa fecha, habrá una serie de explosiones”.
“Durante nuestros monitoreos a la mancha solar AR 1598, realizados en días anteriores a la explosión detectada, comentamos la posibilidad y, efectivamente, así sucedió el sábado 20, domingo 21 y lunes 22”, añadió.
Por su parte, los preparatorianos –autodenominados cazadores de tormentas solares– Jacqueline Hernández, Gerardo Venegas, Ariadna Paola, Santiago Altamirano, Angélica Almanza y Dulce Ximena Magaña, entre otros, detallaron que ellos monitorean con frecuencia la actividad, “empezamos a enfocar con el telescopio y a grabar, notamos que había algo inusual en el Sol, una mancha blanca brillante; no sabíamos qué era, avisamos al profesor, y nos dijo que se trataba de una explosión solar”.
Por la actual fase máxima de actividad, es posible registrar, tanto a través de sus telescopios, como de sus radiotelescopios, este tipo de explosiones, por lo que en los últimos días los “cazadores de tormentas solares” han tenido la oportunidad de captar cuatro.
La potente llamarada fue detectada a través del telescopio coronado y la antena dipolo –manufacturada por los estudiantes con la orientación de Alfonso Castillo–, con la que captan las ondas de radio emitidas por la estrella.
Los fenómenos se clasifican en A, B, C, M y X, “a partir de la M debemos permanecer alertas, porque pueden ocurrir algunos que podrían cruzar el campo geomagnético terrestre y ocasionar serias perturbaciones en los sistemas de telecomunicaciones”.
Esto pudiera suceder en cualquier punto del planeta, si la mancha del Sol que hizo explosión, apunta hacia el planeta.
Los datos obtenidos en el laboratorio son evaluados por científicos de la agencia espacial estadounidense, que les permite determinar si, efectivamente, ocurrió una explosión solar o sólo fue una interferencia en los aparatos.
“Es un orgullo mantener contacto con la NASA, porque somos estudiantes aficionados; sin embargo, tenemos la oportunidad de que nuestro trabajo sea corroborado por científicos de prestigio”, apuntaron.
En tanto Castillo, quien junto con los docentes Jesús Ortega, Humberto Olvera y Alejandro Dosal dirige a los alumnos, indicó que se crea en el país una red de radiotelescopios, a la que se han sumado algunas entidades universitarias como los planteles Sur, Vallejo y Naucalpan del Colegio de Ciencias y Humanidades; las escuelas Preparatoria 3, 4, 7 y 9; el IGf, y el Centro de Radioastronomía y Astrofísica, además de una universidad de El Salvador, “con quienes tenemos oportunidad de cotejar nuestros registros”.
El proyecto surgió para acercar a los estudiantes a la ciencia y despertar vocaciones, aunque sólo acuden al laboratorio en sus tiempos libres, y la actividad no es curricular. No obstante, los jóvenes involucrados consideran que aprenden. “Ahora sabemos enfocar el Sol, centrarlo, diferenciamos prominencias, playas y filamentos, y aunque todo esto es parte de la cultura general que nos brinda la UNAM, este campo de la ciencia es apasionante”.
Boletín UNAM-DGCS-753
Ciudad Universitaria.
Junto con el IGf, fueron los únicos en México y Latinoamérica, que a través de su telescopio desde la Tierra, detectaron la actividad.

Junto con el IGf, fueron los únicos en México y Latinoamérica, que a través de su telescopio desde la Tierra, detectaron la actividad.

6 de Diciembre del 2012

Como parte de su actividad cotidiana en el Laboratorio de Radioastronomía de la Escuela Nacional Preparatoria (ENP) número 5, José Vasconcelos, estudiantes de ese plantel detectaron, mediante ondas de radio, una explosión solar, cuyos registros fueron confirmados posteriormente por científicos de la National Aeronautics and Space Administration (NASA), de la que son colaboradores desde 2007, año en que hicieron un descubrimiento similar.

Junto con el Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM, fueron los únicos en México y Latinoamérica, que a través de su telescopio desde la Tierra, detectaron la actividad ocurrida el pasado 22 de octubre.

La eyección de masa coronal de clase M4 fue detectada en la región 1598, a las 13:50, tiempo de México. Por encontrarse en la región lateral, no representó ningún peligro potencial para el planeta, informaron los preparatorianos.

Según información de la NASA, el Sol emitió una importante erupción que alcanzó su máximo a las 23:17 horas del este estadounidense (03:17 GMT del martes), cuyas llamaradas afectaron de forma moderada a las telecomunicaciones en algunas regiones de Asia.

Alfonso Castillo Ábrego, coordinador del proyecto y profesor del plantel, explicó que cada 11 años el Sol entra en una fase de actividad máxima, y en ese lapso los eventos eruptivos son cotidianos. El último máximo de actividad se registró entre el año 2000 y 2002; el próximo máximo se espera entre 2013 y 2014.

Al respecto, indicó que se estima que para mayo de 2013 se alcance el máximo de actividad solar, “a medida que nos acercamos a esa fecha, habrá una serie de explosiones”.

“Durante nuestros monitoreos a la mancha solar AR 1598, realizados en días anteriores a la explosión detectada, comentamos la posibilidad y, efectivamente, así sucedió el sábado 20, domingo 21 y lunes 22”, añadió.

Por su parte, los preparatorianos –autodenominados cazadores de tormentas solares– Jacqueline Hernández, Gerardo Venegas, Ariadna Paola, Santiago Altamirano, Angélica Almanza y Dulce Ximena Magaña, entre otros, detallaron que ellos monitorean con frecuencia la actividad, “empezamos a enfocar con el telescopio y a grabar, notamos que había algo inusual en el Sol, una mancha blanca brillante; no sabíamos qué era, avisamos al profesor, y nos dijo que se trataba de una explosión solar”.

Por la actual fase máxima de actividad, es posible registrar, tanto a través de sus telescopios, como de sus radiotelescopios, este tipo de explosiones, por lo que en los últimos días los “cazadores de tormentas solares” han tenido la oportunidad de captar cuatro.

La potente llamarada fue detectada a través del telescopio coronado y la antena dipolo –manufacturada por los estudiantes con la orientación de Alfonso Castillo–, con la que captan las ondas de radio emitidas por la estrella.

Los fenómenos se clasifican en A, B, C, M y X, “a partir de la M debemos permanecer alertas, porque pueden ocurrir algunos que podrían cruzar el campo geomagnético terrestre y ocasionar serias perturbaciones en los sistemas de telecomunicaciones”.

Esto pudiera suceder en cualquier punto del planeta, si la mancha del Sol que hizo explosión, apunta hacia el planeta.

Los datos obtenidos en el laboratorio son evaluados por científicos de la agencia espacial estadounidense, que les permite determinar si, efectivamente, ocurrió una explosión solar o sólo fue una interferencia en los aparatos.

“Es un orgullo mantener contacto con la NASA, porque somos estudiantes aficionados; sin embargo, tenemos la oportunidad de que nuestro trabajo sea corroborado por científicos de prestigio”, apuntaron.

En tanto Castillo, quien junto con los docentes Jesús Ortega, Humberto Olvera y Alejandro Dosal dirige a los alumnos, indicó que se crea en el país una red de radiotelescopios, a la que se han sumado algunas entidades universitarias como los planteles Sur, Vallejo y Naucalpan del Colegio de Ciencias y Humanidades; las escuelas Preparatoria 3, 4, 7 y 9; el IGf, y el Centro de Radioastronomía y Astrofísica, además de una universidad de El Salvador, “con quienes tenemos oportunidad de cotejar nuestros registros”.

El proyecto surgió para acercar a los estudiantes a la ciencia y despertar vocaciones, aunque sólo acuden al laboratorio en sus tiempos libres, y la actividad no es curricular. No obstante, los jóvenes involucrados consideran que aprenden. “Ahora sabemos enfocar el Sol, centrarlo, diferenciamos prominencias, playas y filamentos, y aunque todo esto es parte de la cultura general que nos brinda la UNAM, este campo de la ciencia es apasionante”.

Boletín UNAM-DGCS-753

Ciudad Universitaria.

Impactos de asteroides, posibles difusores de la vida en la tierra hacia el Sistema Solar.

 
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Es factible que material terrestre expulsado tras el impacto de cuerpos de gran tamaño en la superficie de nuestro planeta, haya llegado hasta otros cuerpos celestes del Sistema Solar, incluido el entorno de Júpiter (cinturón de asteroides localizado entre las órbitas de Marte y Júpiter).
Es factible que material terrestre expulsado tras el impacto de cuerpos de gran tamaño en la superficie de nuestro planeta, haya llegado hasta otros cuerpos celestes del Sistema Solar, incluido el entorno de Júpiter (cinturón de asteroides localizado entre las órbitas de Marte y Júpiter).

29 de Agosto del 2012

Hace 65 millones, al momento en que la Tierra se encontraba en el llamado periodo del Cretáceo, los continentes que ahora conocemos estaban más cerca unos de otros, pero se alejaban, mientras el nivel de los mares crecía. Nuestro planeta estaba poblado por grandes animales en cielo, tierra y mar. En particular, los dinosaurios habían conseguido un sofisticado grado de adaptación al medio, lo que propició la gran diversificación de su especie.

En este periodo, aparecieron las plantas angiospermas, que hoy constituyen la mayor parte de las especies vegetales de la Tierra. Sin embargo, el impacto de un asteroide desencadenó una extinción en masa. El cráter de Chicxulub, con un diámetro de 180 kilómetros, localizado en la península de Yucatán, rememora ese evento, que acabó con los dinosaurios.

El bólido viajaba a unos 70 mil kilómetros por hora y tenía 10 kilómetros de diámetro. El impacto liberó una gran cantidad de energía, dos millones de veces mayor a la de la bomba más potente construida por el ser humano (la Bomba del Zar).

El impacto de este tipo de cuerpos o cometas, expulsa fragmentos de material terrestre, cual salpicaduras, como si se arrojara una piedra al agua. Si la velocidad de expulsión fue suficientemente grande, pudieron llegar a escapar de la fuerza de atracción y emprender su viaje por el Sistema Solar.

La Teoría de la Panspermia señala que la vida llegó a la Tierra a través de bacterias en meteoritos que cayeron a su superficie. Sin embargo, es posible llevar más allá esta hipótesis al considerar que también la vida ha podido ser enviada al Sistema Solar, e incluso fuera de éste, a través de la expulsión de material biológico a bordo de fragmentos eyectados por un gran impacto con el planeta.

Un equipo de astrónomos mexicanos, encabezado por Mauricio Reyes y Carlos Chávez, del Instituto de Astronomía (IA) de la UNAM (este último adscrito hoy a la Universidad de Autónoma de Nuevo León), trabaja en el tema, y mediante sofisticadas simulaciones por computadora, analiza la posibilidad de que material terrestre expulsado al espacio pueda haber impactado en la superficie de otros planetas y satélites naturales del Sistema Solar, e incluso que pueda viajar fuera de éste.

El trabajo fue publicado en ICARUS, y también participaron Héctor Aceves y Roberto Vázquez, del IA, así como especialistas de la Universidad Autónoma de Baja California y del Instituto de Estudios Avanzados de Baja California.

Investigaciones con resultados similares ya habían sido realizadas por otros autores para analizar la probabilidad de impacto de material terrestre en la Luna y Venus, y su factible recaída en nuestro planeta.

Sin embargo, por primera vez, la UNAM ha estudiado el caso de Marte y Júpiter, que hoy cobra relevancia por las indagaciones recientes sobre la existencia de vida en el primero, y dos de los satélites del segundo: Ganímedes y Europa.

Los estudios tienen en cuenta que la escala de tiempo de supervivencia de las bacterias en condiciones extremas puede ser de hasta 30 mil años, y analizan la probabilidad del impacto de más de 100 mil fragmentos de material proveniente de la Tierra, simulados por computadora, que incidirían sobre estos cuerpos celestes antes de 30 mil años, y que serían capaces de transferir vida en forma de bacterias.

Empero, la velocidad de expulsión de la corteza terrestre debe ser mayor a la de escape de nuestro mundo, es decir, la necesaria para vencer la fuerza de gravedad, que es de algo más de 40 mil kilómetros por hora, unas 15 veces la del Concorde.

Al considerar velocidades apenas superiores a la de escape de la Tierra, los investigadores mexicanos encontraron que después de viajar por el espacio interplanetario por miles de años, casi el cinco por ciento de los cuerpos regresan al planeta antes de 30 mil años; es decir, probablemente antes de que se extinga la vida en ellos. Este hallazgo señala que sería posible la persistencia de la vida, incluso si se produce una gran colisión que esterilice a nuestro mundo.

Asimismo, el análisis demuestra que es factible que material terrestre expulsado tras el impacto de cuerpos de gran tamaño en la superficie de nuestro planeta, haya llegado hasta otros cuerpos celestes del Sistema Solar, incluido el entorno de Júpiter.

La viabilidad del material biológico para desarrollarse al llegar a otro planeta depende de muchos factores. El espacio es un lugar inhóspito para la vida: las bacterias que emprendieran su viaje a bordo de una roca de origen terrestre tendrían que ser altamente resistentes a cambios bruscos de temperatura y, sobre todo, a las radiaciones UV y X, de las que nuestra atmósfera nos protege, pero a la que estarían expuestas en el espacio.

Boletín UNAM-DGCS-531
Ciudad Universitaria.